Cupo trans en Argentina: la política de acceso al empleo formal que cambia vidas

En el Día de los Derechos Humanos, Lara y Yanina compartieron sus vivencias previas a la implementación de la ley de cupo laboral travesti-trans. La discriminación, la falta de oportunidades y la prostitución como única opción de una sobrevida prevista hasta los 40 años

Llegar a una entrevista de trabajo y saberse inmediatamente negada. Sentir el cuchicheo, las miradas de reojo, filosas. El momento incómodo que se hace eterno, que no acaba nunca, que vuelve denso el ambiente, pesado, porque no importan los currículums, ni los perfiles, ni cuántos idiomas o programas de software se manejan. Lo que importa ─y excluye─ es no entrar en la norma, en ese cubículo estrecho de identidades de género aceptadas, valoradas, permitidas de ser vividas.

“Me presenté a varias entrevistas de trabajo, pero cuando me veían… fuera. Por más de que tuviera título secundario y cursara en la facultad. Eso me frustró muchísimo porque era pura y exclusivamente por mi condición, nada más. Ni bien me recibían me decían chau, o me tomaban la entrevista de lástima. Recuerdo especialmente una entrevista grupal que tuve. Nos hicieron un montón de preguntas. Yo contesté todo, y ellos me escuchaban y asentían. Salí de ahí con muy buena energía, pero al final nada, nunca me llamaron. Después de ese día no me volví a presentar en entrevistas. Fue súper frustrante. Por eso es tan importante el cupo”.

Lara Godoy es una mujer trans, y desde el año 2020 es parte del equipo de trabajo de la Fiscalía Federal Nro. 1 de la Ciudad de Córdoba, en el área a cargo de abordar los delitos de trata de personas. Ingresó durante la pandemia por la decisión del titular, Enrique Senestrari, de implementar la Ley 27.636 de Promoción de Acceso al Empleo Formal para Personas Travestis, Transexuales y Transgénero “Diana Sacayán-Lohana Berkins” ─más conocida como “Ley de cupo laboral trans”─ para cubrir una vacante en el organismo.

“Me llamaron y me citaron para el día siguiente en la Fiscalía. Imagínate los nervios. Pero nada que ver con las experiencias anteriores. El trato, la empatía, la predisposición a conocerme. Yo estaba muy preocupada porque al haber estado privada de la libertad, cuando me pidieran el certificado de antecedentes… esa es una mochila que cargo hace muchos años, algo muy traumático que lo traigo conmigo. Por eso le expliqué al fiscal cómo había sido mi vida y él contestó `Es entendible, no hay problema´. Desde ese día, todo cambió”.

¿Cómo es, en general, la vida de una mujer trans en Argentina? Corta, en primer lugar. Las mujeres trans y travestis son el grupo poblacional más vulnerado del país, con una vida estimada en 35/40 años según investigaciones de organizaciones como ALITT, ATTTA y Fundación Huésped.

Otra característica que diferencia a la comunidad trans de distintos grupos oprimidos es que la mayoría de las veces sus propias familias no respetan sus identidades. La escuela es también un ámbito de agresión y de humillación por parte de autoridades, docentes y pares, que expulsa, de manera explícita o implícita, a niñas, niños y adolescentes travestis, transexuales y transgéneros.

Las vivencias de Lara previas a la Fiscalía no lograron escaparle al promedio.

Lara, en la Marcha del OrgulloLara, en la Marcha del Orgullo

“Fui trabajadora sexual durante más de 20 años, desde que hice visible mi identidad. Nací en la provincia de San Juan y, como nos pasa a la mayoría, a los 17 años me encontré en situación de calle, sin acceso a nada. Lo único que tuve fue la contención de mujeres trans grandes, que lo único que pudieron ofrecerme como herramienta fue una esquina en una zona roja. O sea, me hospedaron y me dieron un lugar donde trabajar”.

Como suele ocurrir, Lara migró. Dejó su provincia natal y empezó a recorrer ciudades en búsqueda de mejores condiciones de (sobre)vida.

“Primero viajé a Buenos Aires, pero no me pude acostumbrar a la vorágine de la capital. Me fui a Mar del Plata y así seguí, como una trabajadora sexual golondrina. Hasta que unas compañeras me hablaron de Córdoba, y me encantó. Es la mezcla perfecta entre una gran ciudad y un pueblo. Antes de instalarme en Córdoba, les pedí permiso a las más viejas. Se les pide la bendición, digamos, a las más grandes, a las que son locales para poder trabajar en esa ciudad. Es una cuestión de respeto, de código que manejamos entre las mujeres trans trabajadoras sexuales. Cuando me aceptaron, me vine a Córdoba y no me fui más. Acá las chicas ya habían luchado contra los códigos contravencionales que nos metían presas, acá pude por primera vez alquilarme un departamento, pude vivir tranquila”.

Al tiempo, y a través de la filial cordobesa de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA), Lara retomó sus estudios secundarios en una escuela para adultos amigable.

“Era un lugar donde podíamos ir y nos sentíamos contenidas. Igual, me costó un montón. Yo fui excluida de mi hogar cuando estaba en el último año de la secundaria, así que hacía años que no estudiaba. Y tener que trabajar a la noche, al otro día estar pilas para cursar en el colegio… fue un año bastante intenso, pero terminé. Y me fue tan bien que me becaron de la Universidad Siglo XXI. Elegí la carrera de Relaciones Laborales”.

Con la seguridad de dos años de trayectoria universitaria, Lara comenzó el derrotero de entrevistas laborales de final amargo. Pero cuando la militancia logró el cupo, el Ministerio Público Fiscal cambió su racha.

“Fue clave para mí que me pusieran en el área de Trata de la Fiscalía, porque me permitió aportar mi visión, mis experiencias en las investigaciones. Porque si de algo sabemos nosotras es de tratantes, de proxenetas, porque lo hemos padecido a lo largo de nuestras vidas. Entonces, cuando nos reunimos con el equipo yo puedo sumar cosas que viví. Antes, llegaba una denuncia de un departamento, la policía reventaba la puerta y al final eran tres pibas que estaban trabajando, pagando un alquiler para poder laburar, ¿entendés? Muchas cuestiones que no se tenían en cuenta en las investigaciones. La prioridad es cuidar a la persona, porque no sabemos si es realmente víctima de trata o es una trabajadora sexual autónoma. Y eso tuvo un impacto bastante positivo en la oficina. Pudimos llegar a buen puerto en varias causas. De no joderle el laburo a ninguna piba que estaba trabajando pero también poder rescatar a víctimas de explotación sexual”.

Tras décadas de persecución, de acecho policial por el hecho de ser, la presencia de Lara hoy en un organismo estatal que se propone desbaratar delitos y acercar justicia se siente como una magnífica revancha.

“Es súper importante que nosotras estemos ocupando estos lugares. Ayer, por ejemplo, me tocó recibir en la oficina a una mujer trans víctima de trata rescatada. Ella estaba muy nerviosa, asustada. Entonces la abracé fuerte, le hablé, le expliqué lo que estaba pasando, cómo iba a seguir el proceso. Ella se pudo poner cómoda, se pudo relajar, porque sabía que yo la iba a entender. Fue muy emocionante para mí. Después de haber sido criminalizada durante años, después de que me llevaran a juzgados y pasar 90 días presa, estar ahora de este lado es re loco. Muy importante”.

Yanina, en su lugar de trabajo en CONADUYanina, en su lugar de trabajo en CONADU

Efecto dominó

Aprobada en el Congreso el 24 de junio de 2021 ─con 55 votos a favor en el Senado y 207 en Diputados─, la Ley 27.636 fue pionera en el mundo y significó una victoria histórica de la comunidad LGBTI+ y un avance de los derechos humanos en Argentina.

A más de dos años, los datos del último monitoreo que realizó la Subsecretaría de Políticas de Diversidad del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación para analizar el cumplimiento de la norma señalan que, desde su sanción, 955 personas travestis, transexuales y transgénero ingresaron a trabajar en el Sector Público Nacional.

Pero aunque el cupo únicamente obliga a la inclusión laboral en el Estado, algunos otros espacios se sintieron convocados a “recoger el guante”. Es el caso de la Federación Nacional de Docentes Universitarios (CONADU) ─la entidad gremial con mayor representación en la comunidad docente de las universidades públicas del país─, que contrató a Yanina ni bien surgió una vacante.

“Cuando me llamaron de Conadu estaba trabajando de volantera porque me daba el horario para estudiar. Curso la carrera de Enfermería en la Universidad de Avellaneda, entonces me busqué un trabajo que me permitiera estudiar. Siempre prioricé el estudio. Caminaba como 150 cuadras al día. Desde Chacarita al Obelisco entregando volantes de compra y venta de autos o de servicios de videncia. El sueldo era muy bajo y como tengo que comprar textos para la facultad y elementos, como uniforme o estetoscopio, seguía buscando opciones. Tiré currículums para tareas de limpieza y en verdulerías. Para otras cosas no me animaba. Creo que tenía una expectativa muy baja”.

Yanina nació en Potosí, una ciudad en el altiplano del sur de Bolivia, y se vino a vivir a Buenos Aires hace casi 11 años. Cuando falleció su mamá y toda su tierra solo le provocaba recuerdos de ella.

“Una vez me llamaron de una empresa de limpieza. Tuve la entrevista, me dijeron que estaba todo bien y me hicieron firmar como diez papeles. ART, contrato… De golpe, la supervisora dijo que el nombre de mi DNI no coincidía con el que le aparecía en sistema. Nosotras, las trans, al de nacimiento le decimos `nombre muerto´ o `nombre anterior´. Le expliqué a la señora que había una Ley de Identidad de Género, que no era un capricho, que esa persona era yo, que la huella dactilar era la misma y que el nombre del sistema se podía rectificar. Pero la mujer se empezó a poner brava, agresiva. Me decía que seguro mi DNI era falso o de una hermana gemela. Le pedí que me diera un tiempo para poder rectificar en el sistema, pero que no me deseche, que me contrate porque la ley me ampara. Pero se enojó más y me dio de baja”.

Yanina sintió que se le caía el mundo.

“Me sentí muy mal. Ya me habían discriminado anteriormente y es un bajón. Que te discriminen no es una cosa fácil. Es como que se te cae el mundo”.

En la facultad le contó a una amiga docente lo que le había pasado. “Dame tu CV, lo voy a hacer correr”, le contestó. Yanina cree que así llegaron sus datos a manos de las autoridades de la federación sindical.

Luego de ser discriminada en varios lugares, Yanina consiguió un empleo en blanco. "Te cambia la vida", aseguraLuego de ser discriminada en varios lugares, Yanina consiguió un empleo en blanco. «Te cambia la vida», asegura

“Estaba muy asustada cuando me tomaron la entrevista en CONADU. Tenía miedo de que saltara lo del nombre de nuevo. Pero nunca preguntaron nada del DNI ni me pidieron antecedentes policiales. Y en un momento de la charla me empezaron a explicar las condiciones: cómo eran las horas extras, qué tareas iba a hacer… y al rato escucho `Bueno, estás contratada´. No puedo explicar la alegría que sentí, no me lo creía. Quería abrazar a la encargada de recursos humanos y contarle que me estaba cambiando la vida”.

La semana pasada Yanina aprobó cuatro materias de la facultad. Cursa a la mañana, vuelve a almorzar a su casa y después enfila para CONADU. Algunos días, si la jornada laboral está tranquila, aprovecha las horas para leer y subrayar los apuntes de Enfermería. Y para la resolución de ciertos trabajos prácticos se animó a compartir dudas con compañeras de trabajo que son también docentes universitarias.

“Nunca me habían tratado tan bien. Tuve tantos trabajos y siempre aparecía la burla o los chistes de doble sentido por parte de compañeros o de jefes. Pero acá no. Siempre con respeto, con educación, me han tenido paciencia, me han enseñado cosas que no sabía. Para contestar teléfonos, por ejemplo, que hay varios botoncitos; o cómo usar Excel. Me fueron guiando, porque no es lo mismo cuando te enseña una persona que mirar tutoriales. Para mí el cambio fue contundente. Te cambia todo un trabajo. Más si es un trabajo en blanco. Porque ya no tienes que estar pensando qué hacer, cómo seguir. Ahora tengo la suerte de poder trabajar, de estudiar y vivir. Es glorioso”.

FUENTE: Infobae